Las viviendas de los romanos fueron evolucionando con el paso del tiempo. Partiendo de humildes moradas de ganaderos y agricultores, dieron paso a modelos de bloques similares a los actuales en la mayoría de urbes populosas del Imperio y, para los más afortunados, a residencias opulentas. Veamos todas ellas:
CASAE/TUGURIA
Desde tiempos prerromanos (desde antes del siglo VIII a.C.) hasta finales del período monárquico (siglo VI a.C.) se caracterizaron por su sencillez y practicidad rústica. A partir del testimonio de urnas funerarias datadas en esta época podemos inferir que se trataban de cabañas de una habitación redondeadas quizás en piedra con tejado cónico probablemente de madera, cañas, paja y adobe, conocidas como casae o tuguria.
HORTUS
A finales del período monárquico y bien entrado el republicano, se extendió la influencia etrusca y se empiezan a construir en forma rectangular y con varias habitaciones. En esta época reciben la denominación de hortus (huerta), lo cual nos muestra la todavía clara importancia del mundo rural. Con estos fundamentos como punto de partida comienza una paulatina evolución hacia la famosa domus.
DOMUS
A medida que la República incrementa su poder y riquezas, las viviendas ganan en suntuosidad y ambición, y cada vez son de mayor tamaño y van adquiriendo la estructura básica y definitiva, que será el modelo a lo largo de la mayor parte de la historia para las clases acomodadas del mundo romano: la domus. Sin abandonar la estructura rectangular adquiere nuevos elementos: en la parte central aparece un atrium (atrio), que es un patio cubierto que en el centro del techo tiene una abertura llamada complivium, por donde entra la luz, el aire y el agua. A su vez un pequeño estanque, el impluvium, recogía el agua de lluvia y la trasladaba a una cisterna subterránea para su posterior reutilización. Alrededor del atrio se situaban las habitaciones. Si la domus era rica, la familia las tenía en una planta superior, quedando la inferior para los esclavos o el servicio. Existía un rincón del atrio destinado al lararium, una hornacina para el culto familiar de los antepasados, con figuritas e imagines maiorum, que eran retratos que en un principio fueron las máscaras mortuorias y se exhibían durante los funerales. En otro espacio se encontraba un archivo familiar, el tablinum, de uso privado del pater familiae, el líder varón de la casa. En otro lado podíamos encontrar el triclinium, una habitación más grande utilizada como comedor.
A finales de la República las influencias recibidas fueron griegas y, siguiendo el modelo helenístico, completaron la domus con el peristylum (peristilo), una especie de patio ajardinado trasero adosado al resto del recinto, que completaba la iluminación del tablinum. Es fácil imaginarse al pater familiae estudiando en su archivo personal algunos rollos de autores clásicos mientras controlaba lo que sucedía en el atrio o el peristilo. Tal y como lo define Vitrubio, los peristilos debían colocarse transversalmente y ser una tercera parte mayores en su longitud que su profundidad.
Otra estancia habitual fue la exedra, una sala de reunión con asientos anexa al atrio, ideal para conversar. Se trataba de un recinto generalmente descubierto de planta circular y a menudo situado en la fachada. Su uso se instauró en tiempos de Nerón a imitación de las que concibió en su famosa Domus Aurea y se afianzó en el Imperio Bizantino y en el arte románico usándose en los coros que rodeaban a los presbiterios de las iglesias.
Algunos ricos propietarios aumentaron la importancia de estas áreas de recreo añadiendo logias decoradas (galerías exteriores con arcos sobre columnas, techadas y abiertas en uno o más lados). Algunas provincias desarrollaron peculiaridades propias como la utilización de los peristilos como zona de recepción, añadiendo pórticos en diversas zonas o incluso ampliando el lugar con estancias subterráneas. También se extendió el uso del hipocausto o hypocaustum, un sistema de calefacción del suelo consistente en tuberías de aire calentado en un horno exterior que desembocaba en una chimenea en otro extremo de la vivienda, facilitando así la circulación de los humos. Se estima que la temperatura máxima que se podía alcanzar se acercaba a los 30°C (86°F). Este avance extraordinario que se atribuye al ingeniero Cayo Sergio Orata en el siglo I a.C. fue utilizado extensivamente en las termas.
La comunicación con el exterior se daba mediante robustas puertas de madera, que se cerraban bajo llave en la oscuridad. La comunicación interior entre estancias solía darse a través de cortinas.
Mobiliario:
Fue más bien escaso en comparación con la profusión de objetos que vemos en nuestras casas hoy en día. A pesar de ello, encontramos muchos elementos interesantes que seguimos usando con pocas variaciones y comentaremos a continuación.
El influjo etrusco fue la base del mobiliario romano, habiendo bebido a su vez del mundo helénico. Con el tiempo también se recibieron influencias orientales.
El mueble por excelencia fue el lectus (lecho), y combinándose con él y con los diferentes tipos de asientos, el reposapiés (fulcra para el lecho y scamnum o suppedarium para los asientos) gozó de mucha popularidad. Se usó como trono un tipo de sillón parecido a una butaca con un respaldo macizo, que rodeaba los lados en forma de reposabrazos. Muy habitual fue el diphros, un tipo de taburete del que también existió un modelo plegable: el diphros oklaidas. Las sillas con respaldo de inspiración griega, los klismos, no fueron tan populares como en la actualidad, y aún menos la cathedra, que si gozó de importancia para sacerdotes y maestros. Un asiento importante pero usado por una minoría por su asociación con la divinidad fue el trono romano o solium, ricamente ornamentado en los laterales de los soportes (con grifos p.ej.). Finalmente el asiento más común y vulgar fue el banco, usado principalmente en el vestibulum o vestíbulo.
En las cenas se disponían los cómodos triclinia alrededor de la estancia destinada para las comidas: el triclinium, según una disposición jerarquizada.
En la domus también podíamos encontrar arcones rectangulares de tapa lisa de clara influencia etrusca. Las mesas más usadas fueron rectangulares de tres pies y de origen griego, y también abundaron las de cuatro y las redondas de tres pies. El armarium o armario era muy similar al actual. Y finalmente, en cuanto a la iluminación, lo habitual era el uso de pequeñas lámparas de aceite (lucernae), candelas de sebo y, para las ocasiones especiales que requerían más luz, robustas antorchas.
A los romanos les gustaba presumir de sus riquezas y decoraron dormitorios (cubicula) y estancias con frescos, revestimientos dorados, marfiles, maderas exóticas, metales preciosos, etc.
VILLAE
Con el paso del tiempo, algunos ricoshombres de las grandes urbes fueron instalándose apartados del bullicio en zonas rurales, donde podían tener una actividad agrícola y ganadera (villae rusticae) teniendo dependencias anexas como bodegas, graneros y establos, o bien dedicarse al esparcimiento y al disfrute de la vida en estancias temporales más o menos prolongadas o, en algunos casos, alejados en un dulce retiro (villae urbanae).
Varrón definía el lugar más propicio para las explotaciones de las villas rústicas en la falda de un monte bien resguardado orientado hacia levante para tener sombra en verano y sol en invierno. Vitrubio también hizo hincapié en la forma de distribuir las dependencias de la forma más eficiente, pero la realidad es que en la mayoría de casos se copiaron los modelos de las domus urbanas para satisfacción de los terratenientes.
A partir del siglo II a.C. progresivamente se fueron enriqueciendo las élites, acaparando tierras en detrimento de los pequeños propietarios y del Estado que en su momento había arrendado las de su propiedad (ager publicus) a patricios.
La concentración parcelaria en pocas manos impulsó el latifundismo y con ello se empujó a mucha gente a las ciudades, creando crisis sociales por la falta de perspectivas de muchos ciudadanos libres sin oficio ni beneficio.
Las villae proliferaron hasta el fin del imperio y por todo el territorio, donde en muchas ocasiones los ricos propietarios se atrincheraron en sus explotaciones con pequeñas tropas, alejándose de la atracción que las ciudades ejercían en los bárbaros que conseguían desbordar el limes.
Estas incursiones se sucedieron con cierta frecuencia a partir del siglo III d.C.
INSULAE
Debido a la escasez de espacio y propiciada por la especulación inmobiliaria comenzó a aparecer un tipo de construcción muy parecida a los bloques de viviendas actuales: la insula.
Como se ha referido en otros apartados, algunos patricios (p.ej. el triunviro Craso) se hicieron inmensamente ricos con la especulación inmobiliaria: arrendando estos bloques e invirtiendo lo mínimo para su mantenimiento, cosa que explica los desastres que ocurrieron con cierta periodicidad, algunos de la magnitud del gran y famoso incendio en tiempos de Nerón, donde una insula tras otra se contagió de las llamas, y otros menores que implicaban también derrumbes de edificios enteros.
Las primeras de las que se tiene constancia aparecieron en tiempos republicanos y en muchos casos se utilizó la madera y el adobe en su construcción hasta que tras los grandes desastres en tiempos ya imperiales se emprendieron reformas y se organizó su construcción en ladrillo, mejorando sustancialmente la seguridad de las estructuras. En muchas ocasiones también se hicieron más agradables para vivir y de hermoso aspecto, incluyendo amplios balcones que se adornaban con flores. Se han encontrado evidencias en representaciones de las mismas en restos arqueológicos.
En la mayoría de casos, como hoy en día, la planta baja era destinada a talleres y establecimientos comerciales diversos, conocidas como tabernae, situadas tras pórticos o logia. Generalmente la siguiente planta solía estar habitada por sus dueños. A medida que subimos de planta los precios bajaban así como la calidad de vida de sus inquilinos, llegándose a documentar algunos edificios de hasta ocho o nueve plantas. Cada una de las viviendas alquiladas en estas plantas superiores se conocía como cenacula. Con el tiempo llegó la necesaria legislación que reglamentaba estas insulae, estableciendo alturas máximas, distancias entre edificios y regulación de la reparación y conservación. P.ej. Rutilio Rufo, en el año 105 a.C. legisló sobre su forma, Augusto limitó la altura a setenta pies (20,70 metros aproximadamente), Nerón la rebajó más e implantó medidas urbanísticas como las que afectaban a la anchura de las calles, Trajano las limitó a sesenta pies (17,74 metros) y aún más Adriano.
Las tuberías de agua corriente p.ej. tan sólo abastecían las plantas bajas, y salir a la calle a por ella era una actividad cotidiana. Además estas viviendas tenían una calefacción deficiente, careciendo de los sistemas de climatización de las clases adineradas que podían poseer una domus con un sistema de tuberías de aire caliente recorriendo paredes y suelos. Generalmente se usaban braseros (foculi) de combustible vegetal, que eran suficientes para soportar el frio pero inseguros por culpa de malas combustiones o incendios accidentales. Tales eran los riesgos que provocaban para la seguridad de toda la ciudadanía, que Augusto creó una unidad compuesta por cientos de bomberos y vigilantes (vigiles) estableciendo rondas nocturnas para prevenir incendios e inundaciones. Entre los vigiles podíamos encontrar a aguadores (aquarii) que transportaban agua, los siffonarii que la arrojaban al fuego con siphos, y los uncinarii que portaban lanzas para sostener techumbres y paredes.
Finalmente, según la calidad de estos edificios podíamos encontrar algunos con patios interiores y hasta con jardines, y los más acaudalados podían cubrir las ventanas con vidrio o mica, mientras que los menos tenían que cubrirlas con pieles o telas perdiendo la mayor virtud que tenían las insulae: la luz. Por tanto, la iluminación por candiles de aceite o antorchas mantenía el riesgo de incendios constantemente.
Fundamentándose en fuentes clásicas como los Regionarios, listas de casas, monumentos, fuentes, etc., hace unos siglos, Jérôme Carcopino contabilizó en Roma hasta 46.602 insulae y 1.797 domus a principios del siglo IV.
Autor: Eduardo Ortiz Pardina