
<<Coniecturalem artem esse medicinam>>
<<La medicina es el arte de la adivinación>>
En sus inicios como civilización la medicina romana se asemejaba más a un conjunto de ritos mágicos que a una ciencia propiamente dicha.
Originalmente se fundamentaba en el uso de plantas medicinales y ungüentos, cuyos conocimientos y aplicaciones quedaban generalmente en manos del pater familias. Era habitual también el uso de la incubatio, ritual importado de Grecia por el cual tras pasar la noche en un templo, a veces sobre la piel de un animal sacrificado, el dios de turno guiaba al enfermo a través de un estado de conciencia situado entre la vigilia y el sueño con los pasos a seguir para curarse. En la práctica, un romano de este período era afortunado si un buen barbero se encargaba de su tratamiento.
Entre los varios cientos de plantas catalogadas que utilizaron, tuvieron mucha fama el jugo de mandrágora y la atropina como anestésicos, así como el beleño como sedante o hipnótico, y la centáurea como cicatrizante.
La pócima por excelencia y más famosa de Roma, de la cual el mismo estado se encargaba de su importación, fue el laserpicum. Se consideraba apta para tratar cualquier afección.
En el período monárquico, las influencias etruscas también fueron importantes en el campo de la medicina, aunque en lo único en que se elevaron por encima de otras culturas fue en la odontología, cuya maestría heredarían y engrandecerían con los siglos los romanos.
La verdadera medicina se implantó en época imperial, siendo ésta una prolongación de la griega. Hipócrates (460 a.C.-370 a.C.) está considerado como el padre fundador de la medicina antigua y desarrolló la teoría de los “cuatro humores líquidos”, ejerciendo la medicina en el llamado siglo de Pericles. Otro concepto aportado por este gran médico fue el concepto de “crisis”, momento en el que el enfermo o bien se agravaba y moría, o bien se recuperaba y sanaba.
El médico más importante del Imperio nació también en Grecia y fue seguidor y admirador de Hipócrates, al que consideraba el médico perfecto. Hablamos de Claudio Galeno (129 d.C.-199 d.C.), que inició su brillante carrera en la escuela de gladiadores, de donde obtuvo fama y prestigio suficiente como para convertirse en el médico personal del emperador Marco Aurelio. Escribió un libro famoso: “Arte Médica”, que tuvo vigencia durante muchos siglos, y aunque contenía algunos errores debido en parte a que en su tiempo las autopsias a humanos estaban prohibidas y tuvo que conformarse con experimentar con animales, también tuvo grandes aciertos, como el demostrar que era sangre y no aire lo que circulaba en las arterias, o que era el corazón el que la bombeaba.
Otra figura importante fue el galo Aulo Cornelio Celso (25 a.C.–50 d.C.), más erudito que médico, que nos legó el “De Re Medica Libri Octo”, otro manual de referencia durante el Medievo, donde compila el saber médico alejandrino.
En muchos aspectos los romanos fueron pioneros y precursores, p.ej. desarrollaron una organización por especialidades similar a la actual: medici (para la medicina general), chirurgi (para la cirujía), medici ab oculis (oculistas), y también otros especialistas del oído, dentistas, etc. Fueron también precursores de la sanidad pública, creando el primer hospital para los pobres en la isla Tiberina, un sistema médico público con médicos archiatri que atendían a los ciudadanos de los barrios encomendados.
El estado impulsó este sistema de diversas maneras: por un lado, se eximió del servicio militar a sus miembros, y por otro, el visionario Julio César, dio la ciudadanía romana a los médicos que no la tuvieran. Es en tiempos de este brillante general cuando surgen las primeras menciones a los médicos militares, mostrando interés por la salud de aquellos soldados que le cubrían de gloria, y que hasta entonces se debían curar por si mismos (ellos usaban sus propias plantas, sus vendajes, etc.). Con el emperador Augusto ya se establece un sistema médico militar con atención para todos los soldados. Tal era la importancia que se les dio, que valga de ejemplo que un médico jefe poseía el rango de un centurión.
Se considera que los romanos no fueron muy brillantes en la rama terapéutica, pero sí que lo fueron en la cirugía, que probablemente se desarrolló en las campañas militares. En lo que tuvieron mucho acierto fue en ver la importancia capital de la higiene y a ello dedicaron muchos recursos y también legislaron (medidas preventivas que hacían menos necesarias las curativas):
-En el año 450 a.C. el Senado promulgó un edicto por el cual se prohibía el entierro de muertos dentro de las murallas, evitando así enfermedades y epidemias.
-Otro edicto promovía la limpieza, y se impulsó la construcción de acueductos y cloacas. Hasta el mundo moderno ninguna civilización fue capaz de llevar a cabo estas obras con la maestría que demostraron los romanos.
Como consecuencia de estas medidas, con el tiempo hubo una explosión demográfica.
-Se legisló meticulosamente la práctica y la enseñanza de la medicina.
-Se desarrollaron los valetudinaria, hospitales militares, tan bien organizados como si de un campamento castrense se tratara.
Otro médico de renombre fue Asclepíades de Bitinia (124 ó 129 a.C.-40 a.C.), que fundó la escuela metódica basándose en los trabajos e ideas de Demócrito, y se opuso a las teorías hipocráticas de los cuatro humores líquidos. Sus planteamientos en base a las partículas invisibles, los átomos, que atraviesan los poros de la piel se consideran precursores de la teoría microbiana. También recomendaba el uso moderado del vino.
En los tiempos en que el Cristianismo era imperante, se desarrolló la escuela pneumática, fundada en Sicilia por Ateneo de Atalia en el siglo I d.C. en la que el centro de sus teorías era el pneuma o espíritu aéreo (gas).
Otra personalidad fue Pedanio Dioscórides (40 d.C.-90 d.C.), médico militar en tiempos de Nerón, que escribió un manual de farmacología que perduró hasta el siglo XV: “De materia medica”, en el que se catalogan entre otras muchas cosas, más de seiscientas plantas de usos curativos.
También tuvo renombre Areteo de Capadocia (siglo I d.C.), del que tenemos pocos datos, pero se supone que debió instruirse en Alejandría, porque allí se permitían las autopsias y poseía unos conocimientos de anatomía visceral muy avanzados. Seguidor en gran medida de las teorías hipocráticas y crítico revisionista de la obra de Galeno, publicó uno de los mejores manuales clínicos de la Antigüedad: “De causis et signis morborum” detallando y describiendo síntomas y métodos de diagnosis para muchas enfermedades.
Autor: Eduardo Ortiz Pardina