Máxima expansión del Imperio Romano Oriental bajo Justiniano I (527-565 d.C.)
Máxima expansión del Imperio Romano Oriental bajo Justiniano I (527-565 d.C.)

Al hablar de Imperio Bizantino, partimos del error de llamar por otro nombre a un pueblo que se consideraba a sí mismo romano, que se regía por sus leyes y que soñó toda su existencia con la reunificación de todo el territorio que antaño estuvo bajo el dominio de los césares. Esta aspiración casi se convirtió en realidad en tiempos de Justiniano (siglo VI), considerado por muchos el último gran emperador romano, al menos  a la vieja usanza por así decirlo. De todos modos, en esencia esto es falso, puesto que Roma siguió viva mientras la parte oriental sobrevivió.

El término Imperio Bizantino nunca fue usado en su tiempo. Se trata de una invención de eruditos modernos surgida tiempo después de su caída para designar a la parte del Imperio Romano Oriental y que, realmente, de forma conceptual podría emplearse a partir del emperador Heraclio I (siglo VII), ya que fue bajo su gobierno donde se realizaron cambios importantes que rompían con la tradición: adopción del griego como lengua oficial, sustitución del título imperial augustus por el término griego basileus (emperador o rey) y reorganización del ejército.

Estos historiadores, básicamente francófonos y anglosajones, tienen el triste mérito de habernos dejado como legado esta incorrección histórica, amputando la patria romana del alma de los romanos orientales, bañando un glorioso pasado en un mar de conjuras, guerras internas, decadencia y lujos orientales excesivos, hasta el extremo de usarse despectivamente la expresión “discusión bizantina”; probablemente inspirada en la gran cantidad de concilios y debates religiosos enconados.

Emperador Constantino
Emperador Constantino

Los orígenes, como los de cualquier ciudad legendaria que se precie también entroncan con la mitología. En su origen fue una polis griega fundada por megarenses en el año 667 a.C. honrando a su rey Byzas. Esta polis que proveía al resto de Grecia de abundantes recursos estaba situada estratégicamente en el estrecho del Bósforo, punto de encuentro entre Europa y Asia, y en sus inicios controlaba, entre otras cosas, el comercio del preciado trigo póntico. Esto explica el interés de Persia, Atenas y Esparta por su dominio.

Moneda de oro del siglo IV de Teodosio. Representa a Constantinopla
Moneda de oro del siglo IV de Teodosio. Representa a Constantinopla

En sus primeros pasos en la historia, esta polis megarense tuvo que hacer frente a los bárbaros pueblos tracios que la rodeaban y acosaban. Fue invadida por los persas en el siglo V a.C., y liberada poco después por el general espartano Pausanias (479 a.C.). Más tarde, en el contexto de las Guerras del Peloponeso fue objeto de disputa entre Esparta y Atenas.

Bizancio gozó de una relativa independencia hasta su incorporación a la República Romana en el año 100 a.C. únicamente interrumpida por el período de dominio macedonio, cuando Alejandro Magno conquistaba el mundo para los helénicos (336 – 323 a.C.), y también cuando fue invadida por los celtas en el 279 a.C.

Emperador Justiniano
Emperador Justiniano
Emperatriz Teodora, esposa de Justiniano
Emperatriz Teodora, esposa de Justiniano

Una vez asimilado en el mundo romano, alcanza gran importancia con la división administrativa, que no política, del Imperio Romano, realizada por Diocleciano en el año 285 para mejorar la gestión de todo el territorio, que ocupaba un extensísimo perímetro. En el año 330, Constantino I el Grande, refunda la ciudad como Nova Roma ó Constantinópolis en su honor (es decir, Constantinopla, el nombre con el que se la conoció en todo el mundo hasta el siglo XX) y establece la capital del Imperio temporalmente. Pero el nacimiento de Bizancio (en realidad Imperio Romano Oriental) como estado independiente, no se produce hasta la muerte de Teodosio (395), el cual dividió el imperio en dos partes, repartiendo la herencia entre sus hijos: Honorio (Occidente) y Arcadio (Oriente).

Si en algo se podía basar en cierta manera esta separación «de facto», era en la lengua de las clases populares, que no era el latín sino el griego, como herencia cultural de la colosal campaña helenizante de Alejandro Magno muchos siglos atrás.

De todos modos, el griego era la lengua culta en los tiempos de las legiones triunfales, y estaba visto como señal de erudición y distinción entre las clases altas del antiguo imperio, y nunca se vio como símbolo divisorio, más bien enriquecedor para la gloria de Roma. La lengua actual de Grecia y de la zona de Chipre no invadida (en la “operación Atila” de los años 70) por los turcos, apenas difiere de la hablada en las provincias bizantinas durante el Medievo.

Basílica de Santa Sofía. Constantinopla. (Hemos de imaginarla sin los minaretes y con una cruz)
Basílica de Santa Sofía. Constantinopla. (Hemos de imaginarla sin los minaretes y con una cruz)
Iglesia bizantina de San Vital. Rávena, año 547
Iglesia bizantina de San Vital. Rávena, año 547
Murallas de Constantinopla
Murallas de Constantinopla

Resulta paradójico contemplar en tiempos presentes, cómo es posible que Turquía pretenda reivindicar más territorios griegos, al igual que Marruecos hace con las españolas Ceuta, Melilla, y las islas Canarias. Pero estas reclamaciones dejémoslas para imperialistas que no saben lo que es abrir un libro de historia.

Volviendo precisamente a la historia, la capital se situó en la Nueva Roma: Constantinopla, y desde ahí sus emperadores siempre tuvieron la aspiración de recuperar todo el territorio tras la caída del Imperio Occidental, llegando a reunificar bajo su dominio, y durante distintos intervalos de tiempo, buena parte del antiguo Imperio Romano. Hay que destacar que en tiempos de Justiniano se reconquistó Roma y toda la península itálica, el sur de Hispania y el norte de África: el Mediterráneo volvió a ser casi por entero un mar romano.

En cuanto al tipo de gobierno, consistió en una fórmula a medio camino entre las monarquías orientales (como Persia) y los absolutismos muy posteriores del resto de Europa: los emperadores concentraban todo el poder, ejerciéndolo en numerosas ocasiones de forma despótica y apoyándose en poderosos ejércitos, una burocracia muy amplia heredada de Roma, y una diplomacia con experiencia. En las doce dinastías que regentaron el Imperio se sucedieron episodios de traiciones, usurpaciones, revueltas y sediciones, que fueron desgastando poco a poco la nación, mientras seguían las presiones exteriores, sobre todo por parte de persas y ávaros al inicio, y de árabes y turcos al final.

La etapa más brillante y de mayor apogeo se corresponde con la existencia en el poder del mejor emperador que tuvo el Imperio Bizantino: Justiniano I (482-565), que gobernó desde el año 527 hasta su muerte. Tuvo a sus órdenes a grandes generales: Salomón, Germano, Narsés y sobre todo a Belisario, el mejor de su milenaria historia. A ellos les encargó la misión de reunificar todo el Imperio.

Palmira
Palmira

Además, Justiniano, conocido como «el que no duerme jamás» por su entrega al servicio de la nación, se rodeó de ministros-cancilleres muy capaces, como: Triboniano y Juan de Capadocia.

Rampa de Masada
Rampa de Masada

Pero esta época no se ciñó solo a aspectos expansionistas, ya que se emprendió el mayor proyecto jurídico de la historia, dando lugar al impresionante «Corpus juris civilis» (553), una monumental recopilación y codificación de todo el derecho romano, tanto privado como público. Ésta obra y sus influencias son totalmente reconocibles en el derecho actual. También se intentó unificar la Iglesia bajo la doctrina católica mediante concilios y discusiones teológicas, pero las distancias se acrecentaron respecto de los monofisistas y nestorianos y todo ello fue el embrión del futuro cisma de Oriente, dando lugar a las iglesias ortodoxas que hoy conocemos.

Por último, cabe destacar de esta etapa de prosperidad la aportación al arte y a la arquitectura, creándose un estilo propio muy rico que influenció a la mayor parte de sus vecinos, dejándonos obras irrepetibles como la magnífica catedral de Santa Sofía en Constantinopla, convirtiendo la ciudad en una de las cunas de la Cristiandad.

Tras este periodo, nunca más alcanzó Bizancio la vieja gloria imperial romana, pasando por situaciones de decadencia y sumiéndose en modelos de civilización medieval.

Fuego Griego usado por la marina bizantina
Fuego Griego usado por la marina bizantina

Otro gran emperador: Heraclio I, que gobernó entre los años 610 y 641, destronó al usurpador Focas, heredando una situación caótica: los ávaros (sucesores y en parte descendientes de los hunos de Atila) y los eslavos ocupaban Dalmacia y una gran parte de Grecia y de sus islas, los persas (eternos enemigos de Roma) saquearon Jerusalén, robaron la Santa Cruz (conmocionando a todo el mundo cristiano), y se asentaron después en Egipto (618). Era el momento de reconquistar o de perder definitivamente el sueño de un mundo romano.

Palmira
Palmira

Todo el mundo bizantino se volcó en la solución de esta crisis, y Heraclio recibió el oro fundido del patriarca Sergio y creó un nuevo ejército, como los de antaño (infantería y arqueros básicamente) encabezando unas campañas semejantes a las cruzadas. Derrotó a los persas en Armenia, avanzó por el Cáucaso reclutando a 40.000 kázaros para reforzar considerablemente sus fuerzas auxiliares, y se dirigió directo al centro del imperio Persa, una campaña impensable ni siquiera en los tiempos de máxima gloria romana.

Los persas que ni sabían ni sospechaban y que mantenían el grueso de sus tropas alejadas en una ofensiva en Asia Menor, cuando quisieron reaccionar se encontraron con sus palacios y templos destruidos, sus tierras saqueadas y la mítica ciudad de Nínive conquistada. No tuvieron más remedio que rendirse.

Heraclio volvió a Constantinopla levantando la Santa Cruz, con los territorios recuperados, con el triunfo soñado de tantos emperadores, y el enemigo histórico herido de muerte. Tras esto, Persia jamás se recuperó y acabó sucumbiendo ante el empuje de las hordas árabes.

Por otro lado, los ejércitos bizantinos también cosecharon victorias en el frente abierto contra los ávaros, y el orgullo romano volvió una vez más a los descendientes espirituales de Rómulo. Posteriormente, el emperador impulsó una gran reforma institucional que rompía con los esquemas hereditarios de Diocleciano y Constantino, dividiendo el imperio en themas, administrados en todos los aspectos por un hombre: el strategos.

En los últimos años de su vida, Heraclio tuvo que hacer frente al avance imparable de los árabes, que hostigaban y acababan ocupando Siria y Alejandría. Tras su muerte siguieron sus conquistas en Chipre, Jerusalén, Antioquía, Mesopotamia y Egipto, logrando su primera victoria naval frente a la prestigiosa armada bizantina y, finalmente, años más tarde, asediaron la capital (llamada ya Bizancio en lugar de Constantinopla).

Acercándose a lo milagroso, porque todo parecía perdido, fueron capaces de resistir con heroicidad y con la ayuda de todos los ciudadanos. Poco después de repeler el asedio, se logró derrotar a la fuerza naval árabe y lograr un tributo en oro muy cuantioso, aunque buena parte de los territorios perdidos no se recuperaban de momento.

Este episodio recuerda el mismo carácter demostrado en las guerras púnicas cuando Aníbal estaba ante las murallas romanas y parecía el fin de Roma. Pero aquí tampoco era el momento. Todavía no.

Los eslavos acabaron convirtiéndose al cristianismo y entraron en la órbita del Imperio. La pugna entre la tradición latino-occidental y la greco-oriental se iba acentuando con el tiempo, y se acabaría agrandando aún más ante el auge del Imperio Carolingio, posteriormente conocido como Sacro Imperio Romano-Germánico, que no sólo reclamaba la autoridad teológica, sino que también reclamaba, al igual que Bizancio, la legítima herencia de la antigua Roma.

Tras contener a los árabes durante largas campañas y mediante tratados de paz, se logró el apogeo medieval con la dinastía macedonia (867-1.057), la segunda edad de oro tras la dinastía justiniana. Se inició con Basilio I, que siendo esclavo subió al poder mediante la violencia. No duraría mucho esta bonanza inicial, porque tras el cisma de Oriente provocado por Miguel Cerulario empezó una decadencia imparable, fraccionándose el Imperio en principados, siendo atacado por los turcos en el este y por los cruzados del Occidente romano-germánico por el oeste, que buscaban apoderarse de sus riquezas, de sus rutas comerciales y de su situación estratégica en el Bósforo.

Tras una década de anarquía, ascendió el emperador Alejo Commeno en el año 1.081 y logró devolver a los romanos su vieja grandeza, aunque los peligros del momento: los normandos y los turcos, castigaban constantemente las cada vez más reducidas fronteras.

Palmira
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Sólido bizantino. Emperador Basilio II
Sólido bizantino. Emperador Basilio II

Cuando la situación parecía de nuevo insalvable, apareció una nueva dinastía: los Paleólogos. Miguel VIII consiguió restaurar la unidad, aunque con una base territorial y económica muy disminuida, en el año 1.261. El Imperio sobreviviría dos siglos más a base de heroicidades y dura resistencia, pero Mehmed II en el año 1.453 ocupó la capital, entre otras cosas, gracias a un ingeniero húngaro que al no poder contratar una Bizancio reducida a una sola y empobrecida ciudad, se vendió a los turcos, a los cuales les fabricó un cañón de increíbles dimensiones capaz de destruir las hasta entonces impenetrables murallas de la vieja Constantinopla. El último emperador romano de Oriente, Constantino XI, murió luchando con valor, según cuenta la leyenda cargando con sus últimos y leales hombres contra un mar de terribles jenízaros.

Los turcos se ensañaron con los últimos cristianos orientales: antes de convertir en mezquita la joya cristiana que era Santa Sofía, pasaron a cuchillo a sus sacerdotes y monjas, violaron durante días en su altar y se dedicaron a apagar las velas, en un macabro juego, con las cabecitas de bebés romanos. Arrasaron y aniquilaron a sus habitantes, que lucharon hasta la muerte, dando un fin épico y digno a una civilización que se había iniciado 2.206 años atrás sobre una simple colina.

Mohamed II estableció la capital de su Imperio Otomano en Bizancio y se proclamó emperador romano. Sólo él mismo se lo creyó.

Los bizantinos siempre soñaron con la restauración del antiguo Imperio Romano, aquel cuyo nombre ostentaban las siglas S.P.Q.R. (Senatus Populusque Romanus: el Senado y el Pueblo de Roma), emblema de las gloriosas e invencibles legiones del pasado. Se consideraron herederos legítimos de ese legado y fueron un Imperio dominante durante años, florecieron cuando Occidente estaba en el oscurantismo del Medievo, y fueron protagonistas principales durante toda la Edad Media, hasta que Constantinopla fue saqueada por los cruzados en el 1.204, y contuvieron la entrada del Islam por Europa Oriental. Su caída marcó el fin de una era y la Edad Moderna se abría tras ellos. Sin su épica y terca resistencia los actuales mapas de Occidente serían muy distintos, o simple y literalmente no existirían. Rindámosles pues, un merecido homenaje.

Talla en marfil atribuida al emperador Justiniano. Siglo V d.C.
Talla en marfil atribuida al emperador Justiniano. Siglo V d.C.

Autor: Eduardo Ortiz Pardina