Sacro Imperio Romano-Germánico 843 d.C.
Sacro Imperio Romano-Germánico 843 d.C.

Encontramos el nacimiento de esta entidad política cuando el papa León III coronó a Carlomagno como emperador en el año 800, en una vuelta a Roma de la sede del antiguo Imperio Romano. El entonces conocido como Imperio Carolingio, reunía bajo su corona a los francos y lombardos, la defensa de la cristiandad en Hispania contra los musulmanes y la propagación de la Fe entre los pueblos de la recién conquistada Germania.

Arco de triunfo de Orange
Arco de triunfo de Orange
Acueducto de Pont du Gard
Acueducto de Pont du Gard
Catedral de Aquisgrán
Catedral de Aquisgrán

Aunque la relación política con Bizancio no fue tan estrecha como debiera, desde el Imperio de Oriente se otorgaron los títulos de imperator y basileus al Imperio de Occidente en contraprestación por la entrega de Venecia y Dalmacia al mundo bizantino. Los gobernantes del Sacro Imperio destacaron por tener el mismo afán que los bizantinos de convocar concilios y de intervenir en la elección del Papa.

El emperador situó la capital en Aquisgrán, enclave situado cerca de Colonia, allí donde sus antecesores habían elevado un recio castillo y fue previamente coronado como rey de los francos en el año 768.

Carlomagno tuvo grandes éxitos militares: liberó Italia de la ocupación lombarda del rey Desiderio, combatió y sometió tras treinta largos años de conflicto a los paganos sajones, convirtiéndolos a la fe cristiana e integrando sus territorios al Imperio, luchó en la península ibérica contra los musulmanes, afianzando así las bases de la inminente Reconquista a través de la Marca Hispánica en la vertiente sur de los Pirineos, y también sometió a bávaros y ávaros.

Iglesia de Santiago y Silo de Carlomagno. Roncesvalles
Iglesia de Santiago y Silo de Carlomagno. Roncesvalles

A una de sus hazañas, de regreso tras las campañas de Hispania, corresponde la leyenda inmortalizada en el cantar de gesta de “la canción de Rolando. Este caballero perdió la vida en el desfiladero de Roncesvalles, en una emboscada sufrida en la retaguardia por parte de vascos y gascones. Fue tras este desastre cuando Carlomagno impulsó definitivamente la creación de la Marca Hispánica, a modo de protectorado, conformando en esta región una especie de limes al sur del imperio, con el objetivo de contener la constante amenaza del islam, y como punto de partida para la futura Reconquista de Hispania para la Cristiandad. Con los siglos y tras una tenaz y feroz resistencia al invasor, en esta marca nacieron entidades políticas en forma de condados y reinos que en paralelo y en comunión con los situados en la cordillera cantábrica liberarían la península de la ocupación sarracena.

Osario de caballeros francos en la Capilla de Sancti Spiritus o Silo de Carlomagno. Roncesvalles
Osario de caballeros francos en la Capilla de Sancti Spiritus o Silo de Carlomagno. Roncesvalles
Emperador Carlomagno
Emperador Carlomagno

La fuerza que tuvo nada más nacer, tambaleó pronto ante la ruptura de la unidad cristiana, las invasiones en varios frentes por parte de musulmanes y normandos, y los conflictos civiles protagonizados entre los soberanos carolingios, debido a que la concepción de la nación era de corte federalista.

Carlos II el Calvo intentó infructuosamente una restauración, y prosiguió un tiempo de anarquía. Su sucesor, Carlos III el Gordo, tuvo más éxito, y reunió bajo sus dominios los mismos territorios que poseyera Carlomagno (a finales del siglo IX), pero su muerte significaría una división en seis reinos y la consolidación de un mundo feudal.

Más adelante emergió la figura de Otón I el Grande de Sajonia, que a finales del siglo X restableció el orden anterior, restaurando el Imperio con la base territorial de los ducados de Sajonia, Turingia, Franconia, Baviera, Suabia y Lotaringia (con lenguas germánicas, el núcleo primigenio de Alemania) otorgándoles la hegemonía, y vinculándose al papado. Militarmente obtuvo en el año 955 dos importantes victorias contra los húngaros en Lechfeld y contra los eslavos en Rechnitz. Y consiguió coronarse en Pavía como Rex Francorum et Longobardorum, consiguiendo poco después la unción imperial en Roma por el papa Juan XII. Aquí se considera por la historiografía el momento fundacional del Sacro Imperio Romano Germánico de Occidente con dicho nombre, también conocido como el Primer Reich o Imperio Antiguo.

Joyeuse (joyosa). La espada de Carlomagno
Joyeuse (joyosa). La espada de Carlomagno

Hay que destacar que la unidad territorial se rompió: Francia estuvo fuera de sus fronteras, por tanto se puede considerar que tras dos siglos de existencia, el Imperio Carolingio con tal denominación desapareció definitivamente dando paso al Sacro Imperio que estuvo regido desde territorios germánicos. Los emperadores se comenzaron a coronar en Alemania bajo la denominación de “rey de los romanos”, antes de ir a Pavía para coronarse como reyes de Italia y emperadores de Roma.

Entre los años 1.000 y 1.300 se desarrolló una lucha por el Dominium mundi entre el pontificado y el Imperio.

Tras años de enfrentamientos con el poder papal y de una serie de luchas internas en las ciudades, ascendió al poder Federico I (Barbarroja), que era otro partidario acérrimo de la idea imperial, pero que al igual que el último gran emperador del Medievo, Federico II, se encontró con notables obstáculos para lograr sus objetivos. A su muerte le siguió un período de luchas intestinas entre 1.250 y 1.273, de anarquía generalizada sin existir un monarca. A finales del siglo XIII, aparecieron adversarios importantes: Francia, Inglaterra y Castilla.

En este período encontramos enfrentamientos por el poder: Conrado IV como hijo de Federico II contra el güelfo Guillermo de Holanda proclamado por el papa. Mueren en 1.254 y 1.256 respectivamente. La lucha por la corona imperial continua entre Alfonso X el sabio de Castilla y Ricardo de Cornualles. Tras la muerte de ambos concluye este periodo de disputas con la entronización del deseado por el pontificado en aquel momento: Rodolfo de Habsburgo.

Emperador Otón III
Emperador Otón III
Emperador Carlos V en la batalla de Mühlberg de 1.547. Obra de Tiziano
Emperador Carlos V en la batalla de Mühlberg de 1.547. Obra de Tiziano

El Imperio que en un principio había recibido apoyo e impulso desde Roma por el interés de expandir la religión entre los pueblos paganos del Norte y del Este, poco a poco son las causas soberanistas las receptoras de ese apoyo, y se inició un declive a nivel político desembocando en la pérdida de territorios, hasta que a mediados del siglo XIV se podía reconocer el poder imperial tan sólo sobre Alemania, y además cada vez más limitado.

Durante los siglos XV y XVI el Imperio se acercó de nuevo a la Iglesia, pero las consecuencias políticas de la aparición del protestantismo dividieron a su pueblo. Carlos V de la casa de Habsburgo fue el último en ser coronado por el Papa (1.530) y tras él, nunca más se volvió a vincular al Sacro Imperio con el poder cristiano. Por si fuera poco, en el siguiente siglo se vio inmerso a la terrible guerra de los Treinta Años y quedó reducido a una federación de 300 Estados, que cada vez estaban más desligados del poder imperial.

En el siglo XVIII, el reino prusiano adquirió el dominio de la federación y se enfrentó a Austria que estaba en el centro de los territorios de la nación. Tras esta contienda, el declive se muestra inevitable, estando los ducados de Sajonia, Baviera y Württemberg con gran poder y total independencia, Prusia y Sajonia luchando por el dominio de la corona, la Renania occidental bajo influencia francesa, y Austria con conflictos en Italia y los Balcanes.

En el año 1.806, Napoleón Bonaparte (genio militar, admirador y estudioso erudito de las campañas de Alejandro Magno, Aníbal y Julio César, que soñó la creación de un Imperio francés tomando como modelo al Imperio Romano adaptado a su tiempo) arrolló a las fuerzas austríacas, y su monarca, Francisco II de Austria, se vio obligado a renunciar al título de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, provocando el fin de su milenaria historia.

Más tarde, en el siglo XX el nazismo trató de repetir un sueño de Europa unida bajo un soberano, el famoso Tercer Reich, el ansiado imperio de los mil años que tanto obsesionaba a Adolf Hitler, esta vez al servicio de la supuesta raza superior y con unos medios inhumanos que aniquilaron millones de vidas. Su apropiación de la simbología imperial romana a imitación del fascismo italiano ha ensuciado unas costumbres y una estética que ahora se asocian inmerecidamente con la ultraderecha. Dentro de estas sinrazones, hasta Benito Mussolini se autoproclamó como nuevo emperador de Roma.

En el presente gozamos de una entidad política, la Unión Europea, nacida tras la Segunda Guerra Mundial con el firme propósito de evitar una nueva contienda entre europeos y como eje de cooperación e integración supranacional.

Napoleón coronado emperador en 1.804
Napoleón coronado emperador en 1.804
Desfile de las SS en la fiesta del partido nazi
Desfile de las SS en la fiesta del partido nazi

Dejando a un lado los aspectos económicos que la rigen, quiero destacar, a título personal, que es una verdadera lástima que sus dirigentes no hayan conseguido ponerse de acuerdo y reconocer una verdad indeleble en su Constitución, que hace referencia a las raíces culturales de las cuales provenimos todos los pueblos europeos sin excepción: la cultura clásica (griega  y romana), el Cristianismo y la Ilustración. Nunca es tarde para corregir los errores políticos y eso no significa que la multiculturalidad sea demonizada, tan sólo se trata de reconocer de dónde venimos, lo que somos y honrar a los antepasados. Hasta que este reconocimiento no se haga explícito no habrá una base sólida para crear un verdadero estado unido, y el pueblo seguirá viendo la institución como un conglomerado burocrático dirigido por tecnócratas al servicio de intereses económicos.

Pero Roma está por encima de las personas, es un sueño, un sueño que se puede cifrar en miles de años, que revolotea por encima de sus descendientes, que se palpa en sus lenguas, en sus costumbres, un sueño que renace ante la visión de sus ruinas y que aún abruma a los que imaginan lo que fue y lo que pudo haber sido. Roma fue lo que el orgullo y la fuerza de sus gentes quisieron que fuera, y muchos de nosotros vivimos en los asentamientos que ellos eligieron, viajamos por las vías que ellos abrieron, y disfrutamos de la cultura que ellos nos legaron. No lo olvidemos nunca.

S.P.Q.R.

Autor: Eduardo Ortiz Pardina