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<<No caemos de improviso en la muerte, si no que avanzamos hacia ella paso a paso: morimos cada día. Cada día nos toma una parte de vida, y aún cuando crecemos, la vida decrece…>>
LOS ROMANOS EN CHINA
Según la historia oficial, se considera que el primer contacto entre romanos y chinos se produjo en el año 166, cuando una embajada enviada por Marco Aurelio llegó hasta Luoyang. Las distancias tan grandes para aquellos tiempos impidieron el establecimiento de relaciones diplomáticas regulares entre las dos culturas más florecientes conocidas hasta la fecha, y el conocimiento que tuvieron entre sí los dos pueblos fue vago e inexacto. Los chinos denominaron al Imperio Romano como Li-jien, que etimológicamente procede de la palabra “legión”, a través de algunos de sus comerciantes que se movieron por Alejandría.
En base a unos estudios de hace sesenta años que conectan narraciones de historiadores coetáneos chinos y romanos, y gracias a trabajos genéticos y antropológicos realizados en una pequeña región noroccidental china que, menuda casualidad, se llamó en el pasado Li-jien, se abre una brecha en lo admitido hasta la actualidad con respecto al contacto entre los dos Imperios, y lo que empezó con tintes de leyenda empieza a perfilarse como una realidad bastante más que plausible.
Veamos qué nos dice la historia de cada Imperio:
ROMA
Año 53 a.C.
Licinio Craso emprende una arriesgada campaña en Asia, y al frente de 45.000 hombres se adentra en Partia, un poderoso reino oriental, medio bárbaro y medio griego, heredero de Persia y de la campaña helenizante de Alejandro Magno, y que ocupaba los territorios de los actuales Irán, Irak y parte de Turquía.
Craso era uno de los tres hombres fuertes de la República de Roma que conformaban el triunvirato, y deseaba laurearse en una campaña bélica de gran envergadura, al igual que Julio César, que triunfaba en esos momentos en la guerra de las Galias, y Pompeyo, que había limpiado el Mar Mediterráneo de piratas cilicios, y que se hallaba en Hispania combatiendo a los rebeldes íberos, que bajo el liderazgo de Sertorio aspiraban establecer un estado hispano independiente con capital en Osca (Huesca).
Los romanos que lidera Craso están compuestos por siete magníficas legiones, 4.000 arqueros y 4.000 jinetes galos, y se creen capaces de derrotar a la temida caballería parta, que es el cuerpo principal del ejército enemigo, en su propio territorio.
Los sucesos de esta contienda nos han llegado a través de escritos de Plinio y Plutarco. Una vez atravesada la frontera entre ambos Imperios: el río Éufrates, probablemente con las tropas estiradas en una marcha formada por una delgada columna, son atrapados por sorpresa por la caballería enemiga en Carrhae (Carras, la actual Harran para los turcos).
Se produjo un descalabro de primer nivel, y al igual que sucediese en otras grandes derrotas romanas, como Teutoburgo o Adrianópolis, los partos dividieron al temible ejército romano, aislándolo en grupos y haciéndolo más vulnerable, en este caso al constante castigo de los arqueros montados y a las acometidas de la caballería pesada (los famosos catafractos). El resultado fue de más de 20.000 buenos legionarios muertos, con Craso al frente, y más de 10.000 prisioneros. De esta catastrófica batalla para Roma proviene la expresión “Craso error”.
Una parte de los prisioneros fue esclavizada y utilizada en trabajos forzados, pero algunas unidades de élite son enviadas a Bactria, otro territorio que fue un reino helenístico, al norte del actual Afganistán, a orillas del río Oxus (actualmente denominado Amu Daria) para proteger la frontera y combatir a los antecesores de los hunos, nómadas que por entonces asolaban aquellas tierras. Y qué mejor que enviar a los mejores romanos supervivientes para contenerlos.
Aquí, en los confines orientales del mundo conocido para los romanos, desaparece la pista de lo que debía ser una legión, la legión perdida.
En el año 20 a.C. bajo el sabio imperio de Augusto, se firmó una nueva paz duradera entre Roma y Partia, de nuevo con el río Éufrates como frontera. El emperador consiguió la devolución de las águilas y aunque exigió la devolución de los soldados prisioneros, su pista se había perdido.
IMPERIO HAN
Año 36 a.C.
La dinastía Han gobierna el Imperio Celeste de China. Este gran estado poseía ya por aquel entonces 40.000 kilómetros de carreteras (aproximadamente la mitad que Roma) y en ese año el general Gan Yanshou emprendió una campaña militar en los territorios fronterizos occidentales, la actual provincia de Xinjiang (también conocida como Región Autónoma Uigur de Sinkiang), contra los nómadas xiongnu, que debían pertenecer al mismo pueblo pre-huno que merodeaba por Bactria y el río Oxus.
Las crónicas de esta campaña nos han llegado a través del historiador Ban Gu, que narra una biografía del general chino. En aquellos momentos, teóricamente sólo la zona del Pamir separaba al ejército de Gan Yanshou de la legión perdida de Craso. Pero hay algo fascinante en las narraciones que hace pensar que estuvieron aún más próximos: cerca de la actual capital del Tayikistán (Dusambé), en la ciudad de Zhizhi, el historiador nos describe cómo su ejército se topó y enfrentó a unos bárbaros, un misterioso enemigo constituido por soldados veteranos, muy disciplinado y organizado, bien protegido en una fortaleza de madera de forma cuadricular. También nos describe a su infantería, que estaba perfectamente formada en una línea como de escamas de pescado que protegía cuerpo y extremidades.
Aunque sólo sea una hipótesis, porque no hay evidencias arqueológicas ni pruebas concluyentes, todo parece apuntar a que se enfrentaron a la legión perdida. Seguramente aquellos valientes prefirieron huir del dominio parto y buscar fortuna por su cuenta más allá de lo conocido, lucharon hasta el final por sus vidas contra un ejército poderoso y de origen desconocido para ellos, utilizando el testudo contra las flechas con gran eficacia, y que dieron tal lección militar y provocaron tal admiración en los chinos, que éstos perdonaron la vida a los últimos 1.000 o 1.500 soldados, los cuales, según Ban Gu, fueron destinados a la provincia de Gansu donde fundaron la ciudad de Liqian (nombre chino que denominaba a Siria y el Oriente romano) para proteger la gran muralla de los invasores.
Unos creen que los descendientes de este contingente fueron derrotados y arrasados en el siglo VIII por tropas tibetanas, que en aquel entonces eran mercenarios terribles, auténticos señores de la guerra, pero los estudios genéticos hechos en Liqian dan pie a pensar otras cosas. Por un lado, hay diferencias físicas muy importantes entre los nativos de la zona y el resto de chinos. Se ha comprobado que un 46% de sus habitantes tienen rasgos claramente de origen europeo: ojos azules y verdes, pelos rizados y/o de color castaño, y hasta narices aguileñas. Años atrás se encontraron en torno a cien esqueletos de hace más de mil años con una altura promedio superior a los 180 centímetros. Y si se buscan pruebas más bien arqueológicas, en Liqian quedan los restos de una fortaleza, con 30 metros de longitud y medio de alto, que según los nativos hasta hace poco más de 40 años, medía más de 100 metros de longitud y era mucho más alta. Una verdadera lástima que haya sobrevivido milenios y la hayamos perdido en tan poco tiempo. También se han encontrado restos, como una gran piedra cúbica que alberga misteriosos rasgos de estilo occidental.
Si bien es cierto que algunos de estos argumentos pueden ser rebatidos y explicados por otras causalidades, la combinación de todos conforma una teoría apasionante. Yo creo que Roma y China se encontraron en Zhizhi, que los romanos lucharon fieramente en las entrañas de Oriente, y que los últimos veteranos de la legión perdida finalmente alcanzaron con honor su merecida libertad.
Autor: Eduardo Ortiz Pardina